¿Cómo construye el cerebro un hit? El fenómeno “Despacito” por Néstor Braidot

Por Néstor Braidot, Doctor en Ciencias, Máster en Neurobiología del Comportamiento y en Neurociencias Cognitivas (www.braidot.com)

«Pasito a pasito, suave suavecito, nos vamos pegando, poquito a poquito», repite seis veces la hermosa canción del puertorriqueño Luis Fonsi, que se canta en el mundo entero a mediados de 2017, como si su autor hubiera deducido que, así como se va formando el verdadero amor: «despacito», una combinación tan bella de letra y música activa repetidamente los sistemas emocionales y de recompensa del cerebro, afianzándose en las redes neuronales.
¿Cuánto tiempo permanece un hit en la memoria? No lo sabemos. Al igual que el amor, puede durar meses, años, el tiempo que dure una generación completa, o un verano.
Lo relevante es que hay uno o varios segmentos etarios que la disfrutan masivamente dado el gran potencial de esta canción para generar endorfinas (las conocidas hormonas de la felicidad).
Es suficiente con observar la expresión de placer de quienes la escuchan, la cantan o la bailan para entender este fenómeno, que se está expandiendo a nivel global.
En ese sentido, y al margen del contagio social, un hit puede compararse con una adicción benigna porque activa centros cerebrales similares a las drogas, como los asociados al placer y la felicidad, sin embargo, es posible salir de ella con rapidez (quizá cuando aparezca otro hit).
En el ámbito de las neurociencias se han realizado muchísimas investigaciones sobre el impacto de la música que responden a una gran variedad de objetivos, desde explicar cómo funciona el cerebro de los genios, como Mozart, hasta definir qué género es mejor para que los conocimientos se fijen en la memoria mientras se estudia.
En el caso del Pop, al que pertenece Despacito, resulta muy interesante recurrir a un estudio de la Universidad Emory (Atlanta), publicado en Journal of Consumer Psychology.
Este estudio reveló que un escaneo del cerebro de los adolescentes anticipa lo que puede ser un éxito o un fracaso y que, del mismo modo, se puede escanear el cerebro de personas de otras edades para ver qué ocurre en sus redes neuronales mientras escuchan determinado tipo de música.
Aunque a simple vista parezca complicado, en la práctica no lo es: según qué zonas del cerebro se activen y cuáles permanezcan inactivas, podemos saber con un alto grado de certeza si la canción gusta o no.

Lo relevante es no fallar en la selección, de hecho, los integrantes de estas investigaciones deben pertenecer a una muestra que sea representativa del segmento bajo estudio.
Este gran avance en la aplicación de las neurociencias tiene como beneficiarios no sólo a los cantantes, que podrían saltar rápidamente a la fama, sino también a las compañías discográficas, que se han perdido negocios redondos por descartar erróneamente grandes talentos.
Por ejemplo, si al escuchar una canción se activa el núcleo caudado (una estructura que se ubica en las profundidades del cerebro y termina en el cuerpo amigdalino, que es el centro emocional), sabemos que quien la escucha la está disfrutando.Dado que ello genera un aumento de dopamina (el neurotransmisor asociado a estados de placer y felicidad), lo que se escucha se fija poderosamente en la memoria, como el imán y el metal que menciona «Despacito» en uno de sus estribillos (‘tú eres el imán y yo soy el metal”).
Asimismo, la música desinhibe (el pop más que cualquier otro género) induciendo a movimientos y expresión de las emociones. Este estado provoca la liberación de adrenalina, que es la hormona de la excitación.
“Me voy acercando y voy armando el plan, sólo con pensarlo se acelera el pulso”; “Sube, Sube, sube, sube”, repite una y otra vez, sin privarse en ningún estribillo de estímulos explícitamente eróticos, acelerando el ritmo respiratorio y la frecuencia cardíaca de quien escucha.
Aunque no lo parezca, en esto no exagero. Precisamente, una investigación emprendida por la Universidad de McGill (Montreal, Canadá) en la que también se usó resonancia magnética, concluyó en que la liberación de dopamina que generan algunas canciones es similar a la que producen el sexo y las drogas.
«Todos mis sentidos van pidiendo más», canta Fonzi, generando una experiencia que, además del particular estado fisiológico que provoca en el cerebro y en el resto del cuerpo, lleva a vivenciar la canción mediante una especie de refinamiento y activación de los sentidos de cuyo alcance ni el mismo autor es consciente.
Y así debe ser. Excepto cuando se crea para un objetivo, como un jingle (en el caso de la publicidad), la música es esencialmente abstracta (no nace para ser comprendida, sino sentida). Por ello, es muy posible que aquellos que bailan, cantan o acompañan esta canción con sus movimientos, no reparen en la letra.
Sin embargo, su cerebro metaconsciente estará haciendo un trabajo fenomenal.